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Quiero agradecer a Jose Higuero, al escribir estas líneas para la revista de Sierra de San Pedro, la oportunidad que me ha brindado de recordar momentos muy felices vividos en la época actual y de añorar otras épocas de la caza, vividas en mi infancia y juventud.

Llevo cazando desde los siete u ocho años, aunque tengo recuerdos infantiles, aún con menos edad, cuando mi padre preparaba meticulosamente los bártulos de caza la noche anterior o cuando llegaba a casa después de un día de caza.

Esa primera época inolvidable, de auténtico aprendizaje, acompañando a mi padre en el puesto, actuando como cobrador de piezas en la caza menor y como alumno aplicado en las batidas y monterías.

Recuerdo los magníficos ojeos de perdices de campo, donde entre ocho o nueve amigos cobraban más de 200 pájaros en el día. Recuerdo también, los extraordinarios pasos de tórtolas, en pleno verano, donde se cobraban más de 300 tórtolas en una tarde.

Es en uno de esos días donde empecé a cazar sólo en el puesto, en una punta de la línea de escopetas y al lado de mi padre, con una escopeta paralela del 14 mm, tirando un solo cartucho en cada lance, gasté los 50 cartuchos que llevaba y logré abatir 11 tórtolas. Un año más tarde comencé a ponerme con Francisco, el guarda de la finca, en las monterías de Las Terronas, que mi padre daba por invitación.

También recuerdo las batidas y monterías de aquellos años donde, a veces, no se cobraba ninguna res, y cuando se cobraban seis o siete reses era un éxito impresionante que celebraban todos los amigos.

Era una época en la que había muchísima caza menor y muy poca caza mayor en Extremadura. Una época que se caracterizaba preferentemente porque se cazaba entre amigos, donde no había problemas de seguridad porque todos eran buenos cazadores, donde no había faltas de respeto porque todos eran amigos, en definitiva, una época donde todos disfrutaban del día de caza a pesar de los pobres resultados que a veces se daban, comparados con los resultados que se dan en la actualidad.

Pero recuerdo esos tiempos con nostalgia y agrado, ya que fue donde aprendí, de mi padre y de Francisco, mucho de lo que sé de caza y donde se empezó a forjar mi afición por esta bella pasión.

Esas mañanas eran una verdadera escuela de caza, donde con clases prácticas aprendías como estar en el puesto, como manejar un arma con todas las precauciones, cuál era tu campo de tiro y qué problemas tenía el tiradero, a no moverse del puesto, a rematar a cuchillo las reses heridas y agarradas por los perros, a avisar a los compañeros de armada cuando, para ir a rematar una res, tenías que salir del puesto, a no quitarse del puesto hasta que terminase la montería lloviese o tronase. En fin, todas las reglas básicas, no escritas, que debe cumplir el buen cazador y que hacen agradable y segura una montería.

También se utilizaban esas mañanas para aprender a disfrutar del campo, y te enseñaban otros aspectos importantes de la montería, y que ésta no sólo es el momento del lance y del tiro, que la montería tiene otros alicientes como conocer las razas de los perros y que facultades tiene cada una de ellas, cómo analizar como cazan los perros, cómo se bate bien una mancha, a distinguir las ladras a parado, las ladras de agarre, a escuchar los monteos de las reses antes de salir al cortadero, a pistear una res y comprobar si está herida o no y si está herida a cobrarla, para no dejar nunca una res sin cobrar.

Esta tradición familiar de la transmisión de los conocimientos de la caza y del campo, que antes era completamente normal, en la actualidad está casi desaparecida, ya que la abundancia de caza en la actualidad hace casi imposible estas enseñanzas de padres a hijos por falta de tiempo. Esta circunstancia se ve agravada ahora por la incorporación al mundo de la caza de personas adultas, que, con poco conocimiento, y muchas veces con poca afición, se presentan en las distintas monterías con la única obsesión de pegar tiros y cobrar el mayor número de reses posibles.

Un ejemplo de esta tradición y transmisión familiar, que estoy comentando, se ve claramente en la Familia Higuero, Hace muchos años que conozco a esta Familia y es maravilloso ver cómo, cada temporada y cada día, vienen siguiendo esa tradición familiar de la que estamos hablando, ver como todos los días de montería Jose recuerda las enseñanzas que su padre, Luis Higuero, les fue transmitiendo a todos sus hijos. Y observar, en la actualidad, como todos los hijos transmiten y enseñan a sus propios hijos, todo lo que a ellos le enseñaron sus padres María José y Luis.

Esta tradición y transmisión de conocimientos cinegéticos y de afición, ha posibilitado la continuidad en la gestión de Sierra de San Pedro y en la organización de las monterías, de Luis a sus hijos hace ya varios años. Monterías que siguen manteniendo la calidad de organización de siempre, y la seriedad y seguridad que siempre las han caracterizado.

De todos los momentos especiales que existen en un día de montería de Sierra de San Pedro, me gustaría destacar algunos de ellos por su especial significación.

Es ese momento matinal, antes de rezar, cuando Jose, recuerda a diario las reglas cinegéticas que garantizarán la Seguridad de Cazadores, postores, cargueros, perreros y perros. Reglas y normativa que no son otras que tener muchísimo cuidado con las armas, no moverse del puesto, respetar los tiraderos de los otros cazadores, respetar el campo, respetar la caza, etc .

A continuación, sin perder tiempo, comienzan a salir, de una forma perfectamente ordenada, las armadas comandadas por esos magníficos postores que llevan en la organización toda la vida, Luis, Enrique, Serafín, José María, Rubén y Francisco, entre otros, que no sólo te colocan perfectamente en los puestos, sino que también, con su empatía, te hacen la mañana agradable ayudándote a colocarte en el puesto, dándote las últimas normas y contestando todas tus preguntas.

Una vez realizada la suelta de los perros de los camiones, comienza el espectáculo, y digo esto, porque es un verdadero espectáculo ver como caza esta Familia. Ver la forma de cazar de Jose y a Nacho, ayudados por los incomparables Luis y Enrique dirigiendo las rehalas en las distintas manos, es un espectáculo. Verlos llevar perfectamente la mano, ver como se para la mano cuando se quedan sin perros, ver como se adelantan a un agarre y vuelven a la línea, ver con el orden que cruzan las traviesas, ver que no hay prisas en terminar, llueve o haga sol, ver con que alegría cantan ese “¡ Ahí está, ahí está ¡” o ese “¡ Vamos despacito palante ¡”. En definitiva, verlos cazar es una autentica maravilla.

Finalizada la montería, los postores pasan por los puestos, no sólo para cargar las reses abatidas, sino también para ayudar a pistear y cobrar las reses heridas y los ves que lo hacen por afición, sin una mala cara, sin un mal gesto, sabiendo que eso, probablemente les retrase la recogida de las reses y su llegada a la comida. Pero la perfecta manera de recoger las reses de este equipo y el eficaz trabajo que realizan estos postores y cargueros, obran el milagro de que todas las reses estén en la casa antes de que termine la comida.

Esta perfecta recogida de las reses del campo, permite, una vez finalizada la comida, que todos los cazadores podamos disfrutar del resultado cinegético del día y, si éste ha sido bueno, agradecer al propietario de la finca su buena guardería, celebrar con los afortunados cazadores las reses abatidas y escenificarlo en fotografías que sirvan para el recuerdo.

También quiero agradecer y recordar al equipo del catering, formado por Pedro, Encarny y Toñy, dirigidos por Fátima, hace algunos años, y, en la actualidad por Lola, que tan bien nos dan de comer, ¡¡ Ay ese maravilloso cocido y ese exquisito mus de chocolate ¡¡, y que, a veces, realizan el milagro de dar de comer a una multitud de comensales que supera con creces el doble del número de cazadores y, aun así, hacen extremadamente agradable la reunión después de la montería.

No quiero terminar este escrito sin antes recordar a los artificies de esta modalidad de caza, los perros y, por supuesto, a quien los cuidan y mantienen, los dueños de las rehalas con la inestimable ayuda de los perreros. Sin las rehalas de perros no habría montería, esto es una obviedad, por eso mi agradecimiento y reconocimiento a los dueños de rehalas que cazan habitualmente en Sierra de San Pedro como Santi Satrustegui, Diego Trespalacios, Ramón Vicente, Manolo Caldera, Roman Larrazabal, Diego Gomez Arroyo y la rehala de Torrubia.

Por todo lo anterior y para finalizar, quiero aprovechar esta oportunidad para agradecer y hacer un justo y merecido homenaje a la Organización de Sierra de San Pedro, como gestora de la caza desde hace muchos años. Por su seriedad, por sus conocimientos cinegéticos, por su cariño al campo, por su protección a la caza y, sobre todo, por cómo están trasmitiendo esa afición y esta forma de cazar a todos los cazadores, y por la inmensa felicidad que nos proporcionan, todos los días, a los monteros que cazamos con ellos.

Por todo eso, sólo me queda decir: MUCHAS GRACIAS A TODOS y hasta la próxima temporada.

José Ramón Jiménez Iglesias